Querida amiga, dos puntos.
¿Cómo estás? Espero que no demasiado acalorada, no demasiado cansada, con la tensión en su punto. A mí, como verás, ha debido de darme un golpe de calor, porque si no de qué este retorno al principio de los dos miles.
La verdad es que llevo un tiempo pensando escribir a un ritmo más pausado y más humano que el que nos empuja a adoptar este nuevo internet de los bots, lleno de cosas que son mentira pero no nos hacen imaginar nada bueno y de otras que son verdad y nos quitan las ganas de seguir inventándonos historias para contar en voz alta y en silencio como hemos hecho las personas siempre, casi desde que salimos reptando de una charca inmunda y nos salieron piesines y subimos a un árbol y nos comimos un plátano que entonces era casi todo pepitas. Llevo un tiempo, como digo, pensando si merece la pena llenar esta cápsula de basura intangible de más palabras puestas una detrás de otra, y lo que he decidido al final, como ves, es dejar de pensar y ponerme a ello, porque, chica, tampoco hay que darle tantísimas vueltas a todo, ni que fuera yo a tener un hijo o a talar un árbol o a quemar un libro.
Como una de las cosas que más me gustan del mundo son las cartas y además estamos en verano, he decidido que el tema de esta correspondencia contigo sean las cartas mismas, no me creeré yo acaso Borges. Reviso mis notas del móvil, porque me conozco y sé que llevo tiempo rumiando esta idea de las cartas sobre cartas, y me encuentro este pequeño ejercicio desquiciado, para que veas lo en serio que va todo esto:
Si eres una persona avispada y leída, habrás visto que he copiado el saludo de esta primera carta (y, spoiler, de todas las siguientes si las hubiera) de las Cartas gallegas, de María Ramos Salgado. Llegadas a este punto, intuyo que supondrás que es más que posible que este rinconcito tenga sus buenas dosis de publicidad subliminal y descarada de los libros de vía postal, la colección de libros epistolares que dirijo. Lo bueno es que, como la colección todavía no tiene demasiados títulos, hablaré también de otras muchas cosas que espero que te interesen, porque menudo rollo si no. Ah, y a pesar del título de todo este asunto, anuncio que estas cartas serán de todo menos ordinarias: un ejemplo de finura y elegancia sin parangón. Para muestra, me despido con esta canción maravillosa de la siempre ídola Lidia Damunt, una carta de amor a esas escritoras que nos mandaron un mensaje en una botella de un vidrio tan bueno que ha llegado hasta nuestros días:
Otro día te cuento más cosas, que, aunque tenga yo hechuras de rica heredera, todavía tengo que trabajar para vivir.
Un abrazo grande,
Ana
Tu llegada a este vertedero que es l̶a̶ ̶v̶i̶d̶a̶ internet se siente como si hubiese encontrado un delicioso trocito de queso que saborear con mis manitas de roedora.